La independencia de Catalunya y su impacto en la gente

Hoy en la peluquería, porque a pesar de la situación en Catalunya una se sigue preocupando por su apariencia, hablaba con la peluquera de los últimos acontecimientos ocurridos en Catalunya: la declaración de independencia suspendida, la posible desactivación de la autonomía por parte del Estado español, del amplio seguimiento del paro catalán el 3 de octubre, de la manifestación unionista en la que participó el escritor, «ese paisano tuyo, el Mario Vargas Llosa, ese que dijeron que era premio nobel de la paz y era de literatura. Es el colmo, lo convidan a participar y ni se saben su currículum, sólo querían a alguien reconocido internacionalmente que les apoyara bueno él tampoco sabía el nombre de la presidenta del Parlament», decía la peluquera mientras me untaba la cabeza con un menjunje rojizo.

Hablábamos también de cómo el gobierno central y su forma autoritaria y violenta de actuar habían logrado unir a los catalanes. El día del paro general se habían podido ver en las calles de las 4 provincias catalanas gente con banderas catalanas y españolas, marchando juntos protestando por la violenta represión ejercida por las ‘fuerzas de seguridad’ españolas en contra de las personas que sólo querían votar y que se encontraban pacíficamente en los colegios electorales. Ambas nos mostrábamos gratamente sorprendidas por la unión de todos los catalanes en protesta contra la violencia, cuando en ese momento, la mujer de al lado no pudo callar más: «ufff pero esa comunión se da en las ‘manis’ porque entre los jóvenes, en el día a día, las cosas están muy crispadas».

¿Muy crispadas? No es lo que ví ¿por qué lo dices? -le pregunté. «Soy maestra» -dijo ella- «enseño en la universidad y en cursos de integración social para jóvenes, y los veo interactuar cada día», afirmaba. «El lunes luego del referéndum, los sentimientos de los chicos iban de la ilusión al miedo. Ilusionados estaban los independentistas y los que no lo son, estaban más callados; eso me hizo entender que era necesario que hablasemos del tema». El ‘tema’ al que se refería Anna, que así se llama mi interlocutora, era la actuación de la policía el 1-O, el día que los catalanes salieron a votar y se encontraron con una de las represiones policiales más brutales ocurridas en España, después de la muerte del dictador Francisco Franco.

El 1-O, 893 personas resultaron heridas por la acción de la policía española. Uno de ellos ha perdido la visión de un ojo debido al impacto de una bala de goma,  de uso prohibido en Catalunya. Varias mujeres han denunciado tocamientos indebidos y una de ellas también presentaba la dislocación de los dedos de la mano derecha. «Una de mis alumnas se quebró» -dice Anna- «tiene familiares policías y aunque justificaba su actuación porque decía que era su trabajo, y cumplían la orden de hacerse con el material electoral, se sentía mal por el uso de la violencia; otra joven también intervino para justificar la actuación de los efectivos, porque había que hacer cumplir la ley, pero se puso a la defensiva y terminó muy nerviosa gritando que no la mirasen, que no tenía nada de malo no ser independentista. Tuvimos que calmarla».

Según Anna lo que ocurre tiene que ver con que ahora ser independentista es lo normal, es lo que está bien visto, «yo misma como soy catalana, pues todo mundo asume que soy independentista y no lo soy, aunque este domingo luego de ver el comportamiento de la policía fuí a votar y voté que sí, pero no lo hice porque quiera que Catalunya se separe de España, lo hice porque no quiero ser parte de un país gobernado por el autoritarismo que demuestra cada día el gobierno de Rajoy; pero es que tampoco podía votar que no, desde los que no quieren la independencia, no nos han dado un plan, ni una sola idea de por qué tendríamos que votar que no, sólo se han cerrado en la ilegalidad y de allí no han salido y eso es muy descorazonador».

Anna  votó en contra y no a favor, y ella no ha sido la única. La madre de un amigo, sevillana, arraigada en Catalunya desde hace varias décadas, no pretendía ir a votar, se despertó, fue al mercado semanal que ponen en la plaza de su pueblo, volvió a casa y al ver las noticias mientras se tomaba un café, vio a los efectivos antidisturbios agrediendo a personas mayores, mujeres y niños que se encontraban en las colas para votar, y a otras que impedían la entrada de los efectivos para que no se llevasen las urnas, ni las papeletas, ni los sobres. «Al ver la violencia» – dice mi amigo- «mi madre me pidió que la lleve a votar, en el camino me dijo que votaría por el sí porque no podíamos seguir siendo gobernados por unos dirigentes que desde Madrid permitían que se use la fuerza en contra de gente indefensa que sólo quiere votar».

Sandra, madre de un amiguito del colegio de mi hija, nunca ha sido independentista, su familia es del sur de España, no habla catalán, su esposo y sus hijos tampoco, sólo lo hacen cuando se dirigen a otras personas y si es estrictamente necesario, incluso en el grupo de gente en el que se mueven, ellos hablan en castellano y los demás en catalán, y todos se entienden e interactúan, porque aquí la cosa es así; hablamos dos idiomas de manera indistinta, y pasa en el ámbito social, familiar y profesional, y todos nos entendemos. Pues bien, Sandra nunca ha querido la independencia de Catalunya, pero el 1-O ella votó SÍ, «no es normal que no dejen votar a los catalanes, no pueden pegarnos por ir a votar, mis hijos no tienen por qué estar asustados por lo que ven en la tele, así que para enseñarles que la violencia nunca es justificable, he votado que SÍ».

Estas tres mujeres son un ejemplo de la máquina de hacer independentistas en la que se ha convertido el gobierno de Mariano Rajoy, quien aún no se entera bien de que el referéndum que tanto negaba se ha celebrado, y que tanto a los que fueron a votar como independentistas convencidos, como a aquellos que votaron en contra de la represión y del autoritarismo, ha dejado de interesarles si la consulta fue legal o ilegal, » las leyes están para servirnos, no para esclavizarnos y  cuando hay una gran mayoría que lo pide, estas se deben modificar. Yo quisiera que el referéndum se hubiese celebrado con todas las seguridades y garantías del caso y me gustaría que se llegase a un pacto y se pudiese celebrar, y si el gobierno central no tiene la sensibilidad para entenderlo, tiene que enterarse que la gente no se quedará sin hacer nada» – afirma la maestra universitaria.

España podría ya haber perdido a Catalunya, por lo menos eso es lo que se ve y se siente. Lo vimos en el paro general del 3 de octubre, que detuvo casi toda actividad en todo el territorio catalán, y tanto independentistas como no independentistas salieron ya no a pedir independencia, ellos pedían democracia, pedían poder expresarse, pedían no tener miedo, pedían no ser víctimas de las agresiones de una policía que ni siquiera sabe que por estas tierras las manifestaciones siempre han sido pacíficas y festivas. Las imágenes del 1-O siguen vivas en las retinas de los catalanes y también en la de los niños. Mi hija de 11 años las vió mientras desayunaba y no pudo acabar de comer, me preguntó qué pasaba, «por qué la policía le pega a la gente que sólo ha ido a votar, por qué tiran a esas mujeres por las escaleras, por qué están jalando a esos viejitos, por qué los tiran al piso».

Las preguntas de mi hija no paraban, se le agolpaban en la garganta y le causaron tanto desasosiego que ya no quería que yo fuera a votar, ni que salieramos a la calle ese día, y es que ella no entendía toda la maldad que esa mañana se ejerció contra las personas que sólo querían votar. Maldad y violencia que tampoco ha justificado ni entendido la organización internacional Human Rights Watch que esta semana ha emitido un informe en el que afirma que la violencia policial fue ejercida en exceso sobre una población que resistía pacíficamente en los colegios electorales. El informe también señala que si bien es cierto, «la policía tenía a la ley de su parte para ejecutar una orden judicial, eso no le daba derecho para usar la violencia contra manifestantes pacíficos”.

El lunes siguiente al referéndum, en el colegio de mi hija, con en todos los de Catalunya, los maestros reunieron a los niños para que hablaran y sacarán fuera el enfado, la tristeza, las preguntas, y para que volviesen a recuperar la confianza en la policía, para que supiesen que no todos los efectivos actúan con la violencia con la que lo hicieron el domingo, para que el discurso aquel de «si te pierdes o te pasa algo busca a un policía», volviese a ser un refugio para ellos; sin embargo, por ahora, recuperar esa confianza es complicado, mi hija dice que quiere entrenar unas cuantas patadas de sus pocas clases de taekwondo, obvio que la he desanimado, obvio que le he dicho que lo ocurrido se trata de un hecho puntual, que confiamos en que no vuelva a pasar.

Sobre todo ahora que la independencia ha sido declarada y suspendida por el president catalán y que todas expectativas están puestas en este lunes, cuando Carles Puigdemont le responda al presidente español si dijo lo que dijo, o se retracta, o lo vuelve a decir esta vez sin suspensión, sino pisando a fondo el acelerador. Sin embargo, Puigdemont necesita el reconocimiento internacional y aunque, según Russia Today ya cuenta con el apoyo de 12 países europeos, este no se ha manifestado de manera formal. Por su parte, la UE ya ha dicho que aunque Puigdemont haya pedido una negociación, esta es imposible porque España no está por el tema. Además también ha dicho que no pueden apoyar la independencia de Catalunya porque eso daría alas a otros territorios europeos, y la UE no puede convertirse en una organización con un sinnúmero de Estados.

El referéndum catalán es tildado de ilegal porque así lo sentenció el Tribunal Constitucional (TC), sin embargo, más de dos millones de catalanes -la tercera parte de la población de esta comunidad autónoma- fueron a votar y el 90% de ellos dijo SÍ a la independencia. Así que la consulta puede no ser considerada legal por algunos, pero es legítima porque tiene el respaldo de gran cantidad de la población; por otro lado, esta no es la primera vez que la desobediencia civil y la lucha por una causa modifica la ley. Según un sacerdote catalán el primer desobediente civil fue Jesucristo, murió crucificado luchando en contra del poder de Roma.

También están las sufragistas, sin cuya lucha en las calles, sin cuya desobediencia civil, sin cuyas protestas aún seguiría vigente la ley que impedía el voto a las mujeres. Recordemos también a Ramón Castilla que en Perú abolió la ley que permitía la esclavitud. Rosa Park, la mujer negra norteamericana que desobedeciendo la ley, ocupó el asiento de un autobús destinado a los blancos. En Arabia Saudita hasta hace unos días las mujeres tenían prohibido por ley el poder conducir autos y ha sido modificada, otra que debería ser modificada es la que en algunos países árabes permite el matrimonio con niñas. En Nigeria, hasta hace un par de años,  la mutilación genital femenina también era legal, y han sido las constantes denuncias y la lucha de los activistas los que han logrado su derogación. Las leyes están hechas para el bienestar de la sociedad, cuando son usadas para oprimir y para imponer dejan de ser legítimas.

Enlaces de interés: 

¿Cómo dice que dijo joven? [VÍDEO]

Human Rights Whatch condena la actuación de la policía española durante el referéndum catalán [VÍDEO]

¿Catalunya independiente?

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