Sólo durante febrero de 2018, en Perú, el Centro de Emergencia de la Mujer registró 1.112 denuncias por abuso sexual cometido contra menores entre 0 y 18 años de edad. Madres, padres y vecinos son en su mayoría los responsables del delito. Nuestros niños están en peligro
Melisa es el nombre bajo el cual otra mujer me ha contado su historia de abusos. El responsable, su tío. ‘Un hombre de iglesia’ y del cual ningún integrante de la familia sospechaba nada, justamente por eso, porque era ‘un hombre de iglesia’.
Podemos decir que la violencia de género no existe hasta rasgarnos las vestiduras, y compartir las ideas de monseñor Cipriani respecto a que las niñas tienen la culpa de ser violadas porque se ponen en vitrina. Podemos hacernos los idiotas, una y otra vez, pero eso no hará desaparecer ni el abuso, ni la violación, ni el asesinato; y cuanto antes asumamos que vivimos en una sociedad que no quiere ni cuida a sus mujeres y a sus niños, antes podremos encontrar y exigir la solución del problema.
«Cuando yo tenía aproximadamente 10 años el esposo de mi tía me tocaba por encima de la ropa cada vez que podía, también me daba picos en la boca, para consolarme después de reñirme, o cuando estaba triste, o por cualquier cosa. Me decía que era mi amigo, y mientras me tocaba me decía cosas bonitas, como yo te quiero mucho o que linda estás, o siempre tu tan buenita».
El abuso fue cometido durante dos años de manera continuada, pero Melissa era una niña y nadie le había dicho que no la podían tocar, que si le hacían algo que la hiciese sentir incómoda debía decirlo, la falta de información y de educación sexual no le permitieron a Melissa ponerle nombre a lo que le ocurría.
«Nunca le dije nada a mis padres porque no estaba segura de que lo que me hacía mi tío fuera malo, él me decía que me quería y que era mi amigo; tenía que creerle, mis padres confiaban en él, toda mi familia lo quería, yo no podía decir nada, si lo hacía pensaba que me iban a juzgar mal».
El abuso de menores es más frecuente entre niños y niñas que no han recibido ningún tipo de educación sexual, entre niños a los cuales no les hemos enseñado que nadie tiene que tocarlos y hacerlos sentir incómodos, y que si eso pasa tienen que hablar con un adulto en el que confíen. En la mayoría de casos los menores son vejados por un familiar o un amigo de la casa. Esa persona los seduce, los trata bien y les dice que no están haciendo nada malo, pero que no se lo cuenten a nadie, porque no lo entenderían.
Según el sitio web de delincuentes sexuales del Departamento de Justicia de E.E.U.U, un 60% de los perpetradores de abuso sexual contra menores son personas conocidas o a cargo del menor. Aproximadamente, el 30% de los perpetradores de abuso sexual son miembros de la familia y sólo el 10% de los perpetradores de abuso sexual son personas extrañas para el niño.
Distancia
Un día, Melissa y su familia se trasladaron de Lima al interior del país y, allá lejos, ella olvida lo ocurrido, porque no volverá a pasar, porque ya no le volverá a ver, porque demasiados kilómetros la separan de su abusador y no recordar es el mecanismo de defensa que le permite mantenerse a salvo. Olvidando, se sentía lejos de una historia que la hacía sentir mal.
Cuando cumplió 18 años Melissa volvió a la capital y, al volver, la historia que ya no recordaba volvió a formar parte de su vida. «En verdad lo había olvidado todo, pero él se encargó de recordármelo. Recordé como me tocaba cuando era una niña, ahora ya no lo hacía, pero se me pegaba tanto que me rozaba todo el cuerpo y me intentaba besar como antes, diciéndome cosas bonitas, me tocaba los brazos, me contaba historias morbosas, y yo no sabía qué hacer».
Pero esta vez Melissa sí habló y lo hizo con una amiga de la familia, a la que llamaremos Sandra, que le comentó que su tío le parecía una persona extraña, morbosa. «Según me dijo Sandra, mi tío abrazaba a las mujeres de manera extraña y una vez se quiso sobrepasar con ella, es más, una vez escuchó decir a mi tía -la esposa de mi tío- y a mi prima menor, que él era un acosador y que así le solían decir».
Más víctimas
Pero esta no fue la única persona que notó algo extraño en la conducta del «hombre de iglesia», quien además por su trabajo en una universidad de Lima, mantiene contacto con jóvenes. «Otra amiga, esta vez será Mercedes, que estudió en la universidad donde él trabajaba también me dijo que notaba que era un morboso y me preguntó si tenía problemas con su esposa o algo. A Mercedes también le conté lo que me había hecho y ella me ayudó a entenderlo todo».
Mercedes le aconsejó a Melissa que le contase todo a su tía, a la esposa del abusador, pero ella no pudo y se confió a su prima mayor -hijastra de este hombre-. «A mí también me ha tocado desde pequeña» -le dijo su prima- «me decía que lo hacía porque no tiene hijas y quería saber cómo era, y porque me quería mucho».
Así el «hombre de iglesia» no sólo había abusado de Melissa, le había hecho lo mismo a la hija de su esposa. «Ambas decidimos escribirle un email y no hablar más del asunto. Él nos contestó que nos quería mucho y que le daba pena que lo hayamos mal interpretado. Según mi prima a ella no la volvió a tocar, a mí sí, pero no le dije nada porque ella me pidió no hablar nunca más del tema», confiesa Melissa.
Pero las dos jóvenes no fueron las únicas abusadas de la familia. «Poco tiempo después, otra tía, a la que llamaremos Rosa, me confesó que él aprovechaba cualquier ocasión para rozarla y tocarla por detrás, en ese momento le conté que mi prima y yo también éramos sus víctimas. Decidimos callar y manejar las cosas discretamente, para evitarle un disgusto a su esposa -mi tía-pero nu pude contenerme y fui y me encaré con él, le dije que si volvía a tocarme o se lo hacía a alguna de nosotras tres, hablaría».
Él le dijo a Melissa que no volvería a tocarlas, sin embargo, como las palabras se las lleva el viento, dos años después volvió a las andadas. «Intentó besarme y rozarme, en casa de mi padre, le dije que me soltara que sino le delataría, y me soltó. Reconozco que en ese momento debí haber hablado con mi tía, pero no lo hice. Poco tiempo después volvió a tocar a mi tía Rosa, en ese momento no pude más y hablé».
Revictimización
La tía, la esposa del abusador, no dio crédito a la denuncia. «Ella tenía muchísimas dudas, y me preguntaba detalles. A mí me costaba muchísimo describir cada acto y ella necesitaba que yo fuese muy gráfica para creerme, eso fue muy duro para mí. A mi tía le costó varios meses asimilar las cosas, luego habló con su hija – mi prima- pero ella le dijo a su madre que las cosas habían cambiado y que todo estaba bien».
Pero para Rosa -la tía abusada- nada estaba bien, no pudo más y le reclamó al abusador por haberle hecho daño a su familia. «Mi tía Rosa le obligó a reunirnos, todos acudimos a la cita; i otra tía, su esposa, quería que arregláramos las cosas, quería dejar claro que ella nada tenía que ver con lo ocurrido. Ese día, delante nuestro, él sólo se defendió negando haberle hecho algo a mi prima».
Meses después Melissa recibió una llamada, era su tío culpándola de haber destruido su familia. «Fueron 10 o 15 minutos en lo que me gritaba y yo muda, sólo le dije que había incumplido su promesa, que había vuelto a tocarme a mí y a mi tía». Pasó el tiempo y las cosas no mejoraban, así que Melissa se volvió a reunir con la esposa de su tío y le pidió que él no estuviese presente, «mi tía me preguntó si aún guardaba odios y rencores».
En esa cita fue la primera vez que Melissa se atrevió a llamar las cosas por su nombre. «Por primera vez pude hablar sin disfraces, ni palabras dóciles, hablé de: pedofilia, de pederastia, de abuso, de trastorno mental. Mi tía me salió con una serie de explicaciones, pero nada justificaba lo que su marido nos había hecho, me indigné tremendamente con ella, porque no lograba reconocer que éramos las víctimas».
Meses después de esa conversación, la prima de Melissa habló con su madre, le confirmó todo lo que Melissa le había dicho y fue a partir de ese momento que las dos jóvenes pudieron hablar del tema sin tapujos. «Pude volver a hablar con mi prima, explicarle que su padrastro había seguido abusando de mí, ella también habló con mi tía Rosa que había continuado sufriendo tocamientos, y habló también con Sandra, la amiga que le dijo que había observado que él tenía actitudes morbosas».
Ante las revelaciones, la tía de Melissa, la esposa del abusador, le pidió todo tipo de detalles, quería que ella, la niña abusada, le explicase con pelos y señales -aún a costa de su dolor y de su asco- todo lo que su esposo le había hecho, no podía creer que el hombre que había escogido como compañero hubiese sido capaz de cometer los abusos de los que era acusado.
Lo contradictorio del caso, es que a pesar de todo lo que Melissa pudo explicar, su tía ha pedido tiempo para asimilar lo ocurrido y poder tomar decisiones. «Ni mi prima ni yo queremos fomentar odios, no considero relevante ahondar en más detalles, solo aceptar que así fueron las cosas y bueno, son cosas que hay que aprender a superar, enfrentar y manejar, siempre haciendo lo correcto».
Los números de Melissa
– Tardé 8 años en reconocer que lo que el esposo de mi tía me hacía estaba mal
-Tardé 9 años en decir por primera vez que el esposo de mi tía me tocaba
– Tardé 13 años en enfrentarme cara a cara con mi abusador
– Tardé 14 años en poder decírselo a su esposa
– Tardé 16 años en llamar poder explicárselo a mis padres
– Tardé 17 años en darme cuenta de los efectos de los abusos en mi vida adulta
Familiares y amigos
Melissa como las demás mujeres que han decidido compartir conmigo sus historias de abusos ocurridas a temprana edad, no ha denunciado el caso ante las autoridades, teme que el tiempo transcurrido no permitan probar nada, pero cuenta lo que le pasó porque quiere evitar que más niñas pasen por lo mismo, y para eso es muy consciente que las cosas tienen que cambiar, que los niños y niñas necesitan una educación sexual adecuada.
«Hay algo muy importante que quisiera destacar, mi generación creció en Perú con la campaña estatal: ‘Yo sé cuidar mi cuerpo’». Ahora ha sido actualizada con ilustraciones más dinámicas pero sigue dando el mismo mensaje erróneo e inútil, porque le dice a los niños y niñas que si alguien malo viene y te toca, debes de cuidar tu cuerpo y decirlo, sin embargo, en la mayoría de casos, no es alguien ‘malo o desconocido’ el que abusa de ti», dice Melissa.
Según estadísticas del Centro de Emergencia de la Mujer (CEM), sólo durante el mes de febrero de 2018, fueron denunciados 5.876 casos de violencia en contra de menores de edad, de ellas, 1.112 fueron denuncias por violencia sexual y en todos los casos, los principales culpables fueron padre, madre y vecinos.
Quien abusa de un niño es alguien que en la mayoría de los casos tiene acceso a él. Es alguien de la familia, alguien que se ganó su confianza. «A mí, de niña nadie me dijo que alguien que se suponía que me quería podía hacerme mal» -dice Melissa- «por eso la campaña de la tele no sirve, porque a mí me enseñó a cuidarme de los extraños, pero no de mi propia familia».
Y Melissa tiene razón, cualquier campaña que se realice para prevenir el abuso infantil debe de comenzar por decir a los niños y niñas que nadie tiene derecho a tocarlos, que nadie tiene derecho a hacer con ellos nada que les haga sentir mal, que nadie tiene derecho a no respetar su intimidad. Además se les ha de enseñar que ante la más mínima molestia o temor, o duda, deben de acudir a un adulto en el que confíen y explicarle lo que les está pasando.
Marcas del abuso
El 99% de las mujeres que me han explicado sus historias de abuso durante la infancia, padecen de fibromialgia. Pero entre los síntomas y dolencias que también pueden desarrollar las víctimas de abuso sexual durante la infancia también están, los síntomas propias de un estrés postraumático. «Miedo, problemas para dormir, pesadillas, confusión, sentimientos de culpa, vergüenza, ira junto con la incapacidad de manejar estas emociones».
Melissa fue diagnóstica como hipertensa antes de cumplir la mayoría de edad. «Cuando tenía aproximadamente 9 años tenía muchos dolores de cabeza me internaron en el hospital me hicieron estudios, me cambiaron la medida de anteojos, ya no sabían qué más hacerme, ni a qué médico llevarme. Los análisis no detectaban nada, pero los dolores de cabeza persistían, hasta que descubrieron que mi problema era nervioso, que era una niña que pensaba mucho y que posiblemente me había pasado algo traumático».
Los padres de Melissa atribuyeron su «problema nervioso» a la muerte de su mejor amiga, pero el tiempo pasaba y ella seguía con los dolores de cabeza, los mismos que continuaron todo el tiempo que estuvo expuesta al abuso de su tío. «Un día probando el tensiómetro de mi abuelo me salió un registro muy alto, entonces me llevaron al hospital y ahí el médico dijo que tenía la presión demasiado alta para mi edad. Luego de varios estudios determinaron que mi hipertensión era emocional».
Melissa ahora es una mujer adulta, una mujer hipertensa por culpa de su abusador, una mujer que tiene una vida afectiva complicada, que no sabe terminar con alguien cuando le hacen mal o cuando ve que las cosas no funcionan, una mujer que cuando está en pareja no sabe cómo expresar su negativa a lo que no quiere o no le gusta, sobretodo cuando se trata de personas que su familia aprueba, igual que aprobaban a su tío.
Según ha manifestado en varios escritos la destacada psicoanalista argentina Eva Giberti, que ha trabajado durante toda su vida profesional en temas de mujer y estudios de género, el «abuso sexual infantil no existe, lo que existen son los casos de niños y niñas abusados sexualmente por un adulto”. Según Giberti, la frase «abuso sexual infantil» encubre al responsable del hecho: un adulto. Según Giberti, no se debe relacionar la palabra infantil con la palabra abuso, porque si no la culpa recae en el niño o la niña.
«Reprimir, callar, guardar el secreto te hace sentir que cargas una culpa. A mí, de niña, me decían que el hombre que abusaba de mí era bueno, mi familia confiaba en él, porque iba a la iglesia, y yo sólo era una niña, quién me iba a creer si yo decía que él me tocaba y me besaba como a una adulta, por eso los niños y niñas deben de estar bien informados, por eso debemos de decirles siempre que nadie puede hacer con ellos lo que les dé la gana, si a mí me lo hubiesen dicho…» Melissa no puede acabar la frase, yo tampoco me atrevo a preguntarle nada más.
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