Uno que no supo amar mató a su hija y el sistema la mató a ella. Antes del final, baleada en una acera, ella le mostró el camino a otras madres que ahora luchan y se desgarran por encontrar justicia en un mundo poco amable con las mujeres
Entrevistando y escribiendo confirmé que los crímenes en contra de las mujeres no son sólo producto del machismo de nuestras sociedades, sino también de los Estados patriarcales que no hacen nada para protegernos, porque no les importamos, porque los culpables son hombres, y los gobernantes, legisladores, jueces, fiscales y policías ─en su mayoría─ también.
El primero de los testimonios que publiqué fue el de una joven y su prima, que con menos de 10 años fueron violentadas sexualmente por el padrastro evangélico de la primera, el hombre en el que confiaron porque era un «hombre de iglesia». Luego llegaron más testimonios y más denuncias, incluso de feminicidios, no sé sobre cuántos asesinatos de mujeres he escrito ya, son varios y cada uno más desgarrador que el otro.
En cada crimen compruebo que a los feminicidas no les basta con asesinar, ellos quieren dejar escrito en el cuerpo de sus víctimas todo su odio, su frustración, su incapacidad de tenerlas, de retenerlas, y quieren decirle al mundo que ellos son los hombres, los que mandan; que el ‘game’ no es ‘over’ hasta que ellos no lo dicen. Y no les importan los años de prisión, ellos se saben amparados por la injusticia del sistema patriarcal.
Una madre no debería enterrar a sus hijxs
Hoy, desde la comodidad de mi sofá, vi «Las tres muertes de Marisela Escobedo» y terminé llorando, descargando dolor acumulado de historias explicadas, pero también con ganas de homenajear a esas madres que recorren los largos pasillos del sistema buscando justicia para sus hijas. Sin embargo, la historia de Marisela es una película de terror y la negligencia del Estado mexicano, protagonista. Por eso se ha convertido en un documental de Netflix.
A Marisela le asesinaron a su hija menor. Rubí, tenía 16 años, vivía con un hombre 8 años mayor que ella, Sergio Barraza, con quien tenía una hija pequeña. La pareja vivía, en el Estado de Chihuahua, México, en un departamento de Marisela, pero un día desaparecieron, Marisela fue a casa de la madre de Barraza y allí lo encontró con su nieta y según le dijo: «Rubí se ha ido con otro».
Para Marisela esta versión era absurda, Rubí no se habría ido sin su bebé, pensó; y junto con su hijo mayor comenzaron a buscarla, hasta que encontraron a alguien que confesó haber ayudado a Barraza a deshacerse del cuerpo de la adolescente. Marisela fue a la policía y logró una orden de captura para el feminicida; pero tuvo que ser ella la que saliera a marchar, a protestar, y hasta a buscarlo porque la policía no hacía su trabajo.

Barraza fue detenido, confesó el crimen y dio la ubicación de los restos calcinados de Rubí que había enterrado en medio de un basurero. Marisela confió en la justicia, lo dijo en la primera audiencia del juicio, sin embargo, la sala declaró inocente al asesino de su hija porque dijeron que no habían testigos que lo ubicasen en la escena del crimen y que no había pruebas materiales de que él fuese quien la mató.

Según Marisela, con el asesinato de su hija también la habían a ella y con el fallo judicial la habían vuelto a matar. Marisela lloró, se desmoronó, pero volvió a la calle, a marchar, a protestar; quería una rectificación de la sentencia. Marchó, cubriendo su cuerpo sólo con la foto de su hija: «La justicia me ha dejado desnuda» ─decía.
(Foto: Informador.mx)
Gracias a su determinación, Marisela logró la rectificación de la absurda e injusta sentencia. La Corte Suprema revocó el primer fallo y condenó a Barraza a 50 años de prisión, sin embargo, para Marisela ese fallo sólo era papel mojado, porque Barraza al verse libre ya había fugado. Muy segura de que su lucha continuaba y no acabaría hasta que el asesino de su hija pagase su crimen, Marisela volvió a buscar a Barraza.
Ella fue de pueblo en pueblo, en auto y caminando, arropada por gente que se encontraba en el camino. Además, ofreció una recompensa a quien le entregase al hombre que le había desgraciado la vida y una vez más lo encontró. Aviso a la policía, pero una vez más, Barraza escapó. Responsable fue la codicia de la policía, que pretendiendo cobrar la recompensa no pidió los refuerzos necesarios para un operativo de captura.
Marisela, no cejó y siguió buscando, volvió a dar con Barraza, pero ahora pertenecía a los Zetas ─el grupo criminal más sanguinario de la historia de México─ así que al reencontrarlo, él estaba protegido por la banda. Ante el peligro de la situación ella volvió a Ciudad Juárez, sede de la Gobernación del Estado de Chihuahua, y desde allí denunció todas las irregularidades de la policía y de la justicia a quien la quisiera escuchar.
Las autoridades le pidieron una denuncia formal. La Fiscalía le dijo que harían su trabajo y ella, esperando el resultado de sus gestiones, decidió esperar acampando delante de la Gobernación de Ciudad Juárez. Además, denunció la celeridad de la policía y de la justicia en el secuestro del hijo del gobernador: en 48 horas capturaron a los culpables, en cambio en el caso de Rubí ella tenía que hacerlo todo. Y así, se hizo más ‘antipática’ al sistema.
Una noche, cerca a navidad, un hombre bajó de un auto y mató de un disparo en la cabeza a Marisela Escobedo, delante de la gobernación, sin policías, ni cámaras de seguridad. Pocos días después la fiscalía presentó un culpable, pero el cuñado de Marisela que estaba con ella cuando la mataron decía que no, que ese no era el asesino y gracias a un retrato robot identificó como culpable a Dany Barraza, hermano del asesino de Rubí.
Marisela fue enterrada arropada de la gente de Chihuahua, la gente de su pueblo, su hijo mayor, que la acompañó durante toda su lucha dijo que ella era una heroína porque nunca dejó que el dolor la paralizase, la honró pidiendo el aplauso de los presentes y le prometió seguir exigiendo justicia, tanto para su hermana como para ella. Al día siguiente la familia de Marisela despertaba con la empresa familiar en llamas.
El cuñado de Marisela, quien había identificado al hermano de Sergio Barraza como su asesino, también fue hallado muerto. La familia de Marisela tuvo que huir, su hijo mayor pidió asilo político en USA y todo esto ocurrió porque el Estado mexicano no hizo su trabajo deteniendo a los malos. Desde USA, el hijo mayor de Marisela continúa luchando por justicia.
Marisela Escobedo se ha convertido en un ícono de la lucha en contra de la violencia de género, en un país donde cada día matan a 10 mujeres por el hecho de serlo. Sergio Barraza, el repugnante personaje que inició esta trágica historia, fue asesinado por un lío de bandas, su hermano está preso en Texas por robo agravado y la familia Frayre Escobedo sigue llorando a sus mujeres asesinadas que nunca hallaron justicia.
«Las tres muertes de Marisela Escobedo» nos muestra el tortuoso camino que siguen lxs familiares de las víctimas de feminicidio. Muchas madres me dicen, «a mí hija no la voy a recuperar, no me la van a devolver, lo único que quiero es justicia, es saber que su asesino está pagando por lo que ha hecho». Ojalá, las autoridades entendiesen que la obtención de justicia es un paso imprescindible para la reparación de estas madres rotas.

«Las tres muertes de Marisela Escobedo» son, en verdad, los tres asesinatos de Marisela Escobedo. Madre, luchadora y activista, Marisela no debe morir en nuestra memoria y debe ser recordada, igual que deben serlo todas las madres que aún no tienen tiempo ni paz para llorar a sus hijas, porque el sistema no las protege con investigaciones y juicios justos. Ojalá algún día despertemos de la ineficiencia y de la inacción que revictimiza y mata.
Durante 2019, en todo el mundo, fueron asesinadas 87.000 mujeres; unas 50,000 (el 58%), perdieron la vida a manos de sus parejas o familiares. Y durante el confinamiento la situación empeoró en todo el mundo, el encierro total nos protegió del COVID, pero no del peor depredador: el hombre.
A nivel mundial, el 35% de mujeres ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental, y violencia sexual por parte de otra persona en algún momento de sus vidas. (ONU Mujeres)
Por Marisela, por Rubí, por Estefanny, por Patricia, por María, por Andrea, por Ericka, por Jessica, por Sheyla, por Solsiret, por Sharoom, por Kimberly, por Nathaly, por Ruth, por Milena, por Sandra, por Zaisa, por Sheyla, por Nelva, por Juana. Y por todas las mujeres maltratadas, abusadas y asesinadas, vivan donde vivan, porque la lucha contra el machismo y el patriarcado se gana unidas.
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